PALABRAS
QUE MATAN
Una de las causas que
permiten el desarrollo de los pueblos es la formación cultural que sostiene su
pasado histórico en simbiosis con la construcción de una identidad que contenga
la esencia de las raíces pero que se amolde a la realidad actual de nuestros
tiempos; es decir, sin perder la óptica de la evolución ni la eventualidad de
ser rebasados por la tecnología.
Al sujetar la identidad de
una población a lo estrictamente predominante en su zona de confluencia,
estamos dando por hecho que no existe alternativa alguna de expresión que
equilibre esta perspectiva y damos un espaldarazo a la especulación por el
simple hecho de no sujetar nuestro análisis más a fondo. El suponer cualquier
cosa siempre esta susceptible a la comprobación explicita y por ende a la
retractación; es aquí donde aparece la idiosincrasia de los entornos sociales,
y donde se escenifican los principales modelos de expresión cultural o de
intención nacionalista; sin ser estos propiamente parte de nuestra identidad
nacional.
Es muy lógico entender que
no todos los núcleos de interacción humana, expresan la pureza de su idiosincrasia,
ni se sujetan a los parámetros sociales establecidos por su propia comunidad. En
algunos, las carencias impiden el conocimiento de herramientas muy comunes
existentes en otros del mismo nivel; en otros mas es imposible acceder siquiera
a un modelo educativo digno, mientras que en algunos más (sobre todo los
privados) la sobre provisión de elementos de apoyo eleva el estatus de una clase
que aun estando en una buena posición, termina de desfasar esta anhelada y
necesaria igualdad en el terreno de la educación.
Indudablemente que es esta
necesidad de igualdad educativa, la que frena el desarrollo sostenido de
nuestra nación; pues sin descartar otros fenómenos que van de la mano como la
pobreza, la violencia o la corrupción, estos al final son el derivado de una
mala aplicación de los recursos de enseñanza dirigidos a una población con
marcadas divisiones en lo social y lo económico; no son la proliferación de modelos
escolares o de inmuebles que los arropen, lo que cambiará de fondo la eventual
cobertura de toda la población en pro de la educación, sino las reformas a las
leyes que acuerpan todo el modelo educativo nacional, las que enmarquen un
nuevo rumbo en este tenor.
Ahora con la llegada de
modelos emergentes a las comunidades más inaccesibles (geográfica e ideológicamente
hablando) y necesitadas de escuelas; las oportunidades para quienes estaban
lejos de intentar siquiera ingresar a un programa educativo han crecido
enormemente; hoy en día el fantasma del analfabetismo parece irse diluyendo en
medio de la aplicación gubernamental de todos los niveles; es una realidad que
la atención sobre este problema de carácter global ha variado en cuanto a su
percepción y respuesta, ahora el problema no es llegar a tanta población
necesitada de escuelas sino que la calidad de la educación ofertada sea de
primera y en la misma proporción para todos.
Bajo esta premisa sería
necesario englobar todos los modelos educativos existentes y subdividirlos de
acuerdo a su nivel, población, geografía, características culturales, pasado
histórico, etc., con la finalidad de explotar lo mejor contenido en cada individuo
y su medio inmediato; después homologar todo el aprendizaje de nivel básico
(incluyendo todas las herramientas), sin dejar un solo tema de interés nacional
coartado o limitado en cuanto a la acepción de la población a quien se dirige o
pueda vulnerar con su contenido. (Caso “Aguas blancas”, por mencionar un tema).
Con esta pretensión se podrían
ajustar canales de interacción social y alcanzar un nivel honorable de
expresión verbal dentro de espacios que requieren por lógica de un correcto uso
del lenguaje tales como escuelas, iglesias, hospitales, entornos laborales,
etc.; sin caer en el clásico (y burdo) uso de modismos y parafraseos locales
que ensucian las relaciones y el mismo lenguaje que usamos.
En estos tiempos y
mayormente en estas latitudes del país (sureste de la república), la explosión
de verborrea indigna en espacios de interacción formal como las instituciones
es una realidad aberrante; si bien es entendible (qué ironía) que en centros de
formación básica se pueda percibir una descomposición verbal en la población
infantil, por la poca atención de sus formadores o por la inevitable trasmisión
de valores corrompidos desde el seno familiar o comunal; no es fácil dilucidar
que incita a un estudiante de educación superior a utilizar esta “modalidad”
verbal, aun dentro de sus espacios escolares y hacia su propia gente; este fenómeno
se intuye mas de carácter gubernamental que sociológico, pues es claro que las actitudes
que rebasan los límites y espacios no son solo problema de quien las trasgrede sino
también de quien las permite y no hace nada por corregirlas; tomando forma esta
responsabilidad del gobierno en su incapacidad de crear nuevas políticas y
reglamentos que sean verdaderamente cumplidos y en su defecto sancionados; es
el paternalismo del gobierno en la figura de los docentes o directivos apáticos
de los entornos escolares, las que dan pauta a estas insanas proyecciones
humanas.
No obstante, a pesar de
saber que no tenemos precisamente la mejor expresión verbal en cuanto a la
perspectiva de nuestro lenguaje en general (incluyendo el sentido técnico), no
podemos quejarnos de la solvencia y eficacia de nuestro modelo de comunicación
informal; a pesar de la rudeza que implica usar términos soeces en medio de
expresiones de uso regular y hasta común en la población; la misma gente parece
estar acostumbrada a recibir sentencias en cuanto a su persona o estilos, en
referencia a sus intereses o problemas; o más aun, en respuesta a su misma
imagen o resultados; ya es común aceptar un “burro”; definir a una “víbora” o
llamar a alguien “buey”; todas estas, acepciones “sanas” que describen la
supuesta personalidad de alguien no son más que costumbres exacerbadas al calor
de la propia permisión del mexicano hacia su mismo yo.
Sin embargo, el referir
insultos o palabras despectivas al parejo de nuestra comunicación regular deja
de manifiesto el poco respeto por nosotros mismos, por las personas que
entienden lo expresado (sin ser necesariamente las receptoras principales) y
por el lenguaje que estamos ocupando y que nos ha servido de referente por
siglos; el mezclar groserías o invertir el sentido de un precepto bajo un elemento
verbal soez, solo evidencia a quien lo profiere y a quien le da sentido de
apropiación y respuesta. Aunque estemos de acuerdo en que quizá no exista un propósito
de animadversión dirigida, la sola expresión descompone la óptica de quien la
escucha.
La buena expresión verbal no
es propiedad de los grandes entornos educativos, ni de la gente con más clase o
de mejor posición económica o social; utilizar lo mejor de nuestro lenguaje
(aunque este tenga carencias) describe un equilibrio emocional entre lo que
dominamos y lo que no podemos controlar; así de esta forma es mejor pensar
antes de decir cualquier cosa y detenernos a analizar el enfoque de nuestras
aseveraciones, sin colar actitudes de ningún tipo y siendo siempre objetivo e
imparcial ante lo que observamos y pretendemos definir con nuestras palabras.
La mayor parte de las
personas solemos usar términos enrarecidos y esto no es malo sino hasta el
momento en que impacta los intereses ajenos, aunque este sea simplemente
escucharlos de nuestras bocas; no creo que exista un individuo que no haya
proferido un palabra vulgar en su vida, o que haya ocupado algún termino soez
para expresar lo que fuera; no se trata de satanizar la cultura mexicana con el
hecho de acostumbrarnos a interactuar bajo el influjo de palabras sórdidas,
tampoco es el objetivo de este tema el descalificar a quien lo hace (en todo
caso sería a quien lo permite); la única razón de escribir sobre este burdo fenómeno
de interacción social radica en la esperanza de que al menos, al sentirnos
evidenciados ante algo tan común y recurrido como nuestra misma expresión,
podamos tener la capacidad de aceptarlo y aprender a lavar no nuestra boca, sino
nuestra mentalidad con agua y jabón.
Por
Gerardo Morales
PROPIEDAD
INTELECTUAL: TODOS LOS TEXTOS SON ORIGINALES DE CARLOS GERARDO MORALES OLIVERA
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