jueves, 15 de marzo de 2012

TERMÓMETRO: Compitiendo contra la empresa




LA ANIMADVERSIÓN DIRIGIDA

Es común ver en  los grandes centros de concentración humana; cómo la sana (y libre) competencia, pierde su esencial valor de auto-crecimiento, o varia en su concepto al convertirse en un vehículo detractor de los mismos competidores, ¿Cómo podría ser esto?, muy simplemente; al percibirse la aparición de actividades sui generis en un entorno, la natural creatividad y amor propio del ser humano nos obliga a pensar en nosotros mismos como los “posible autores de lo hecho” es decir, nos auto proponemos (virtualmente) como los candidatos perfectos a mejorar lo que ya se hizo, con el clásico “yo lo hubiera hecho mejor”, decidimos tomar las cosas “de quien viene” o en el más negativo de los casos, no solo expresamos saberlo sino que además demeritamos hacerlo; dando pie a una controversia retorica que indica que “quiero pero no puedo, o puedo pero no quiero”; efecto que indiscutiblemente le ha cobrado factura al país pues frena su desarrollo constante sujetándolo a ciertos nombres, categorías o consignas.  Esto es una característica propia de todos nosotros, individuos pensantes en una sociedad cambiante, cada vez más egoísta en sus procesos productivos o en las ideas que los encaminan.

Lo anterior se recrea de manera inoportuna al ir más allá de lo acontecido en los espacios comunes de interacción humana como lo serian el supermercado, un parque de diversiones o las calles de la ciudad;  en donde podríamos comentar, criticar o incluso opinar acerca de lo que vemos superficialmente sin esperar una respuesta sobre nuestra crítica o apreciación; aparece negativamente cuando es factor decisivo en un medio formal como lo sería un centro educativo, un lugar de trabajo o cualquier asociación civil que dependa de los resultados grupales; es inoportuna porque genera un efecto minimizador total de las oportunidades y el progreso, tanto propio  como ajeno, individual, colectivo y hasta nacional.

Esta animadversión suele ser liderada por personas arrogantes o con una visión avejentada, y es propia de la obsolescencia intelectual, pues al ir apareciendo nuevos conceptos y tecnologías, quien no los conoce tiene una marcada desventaja en contra; y quien sí, amén de ser el portador de ellos ante quien no (y ante quien se deje), de ser pieza clave en el desarrollo de su entorno, también se expone a ser el centro de la envidia y la desacreditación, misma que suele ser promovida por quien se siente desplazado o celoso de la realidad; lo que retrata al pie de la letra lo referido al inicio, pues si alguien de mayor categoría opina (a favor o en contra de lo que sea) su palabra será atendida y de crédito inmediato, pero si lo hace alguien que no es reconocido y se encuentra dentro de un núcleo de personas de menor rango generalmente pasivas, entonces el rechazo a su perspectiva es inminente, reflejando esta inconformidad de su propio núcleo, una disposición incondicional al servilismo.

Lo más fácil para alguien que se siente atemorizado por el intelecto ajeno, es restarle crédito o desestimar sus esfuerzos a veces invisibles pero reales, es utilizarlo como distractor para desviar la atención a su escasa aplicación profesional, conocimiento, cultura y sentido humano, dirigiendo la atención negativa hacia su virtual e incomodo competidor. Quien es diferente o decide hacer bien las cosas y es desacuerpado por una población que se hace llamar comunidad, no tarda mucho en convertirse en mártir.

Dentro de las actividades que marcan la pauta en un entorno productivo, la sensibilización hacia la cultura de los valores humanos es la más importante; no se puede enarbolar la bandera del profesionalismo si se dejan de lado los aspectos que mueven el sentido común del individuo, y que le provee de confianza y seguridad en sí mismo. Es muy importante reconocer la diversidad de idiosoncrasias que fluyen en los espacios laborales para encauzarlas todas (al menos en horario de trabajo) en un miso tenor y compromiso; partiendo de esta premisa sería más fácil detectar puntos de conflagración ideológica o sentimientos encontrados ante determinadas situaciones y revertirlas.

Ahora bien, si en ciertos lugares las competencias son especificas, se aprecia aun más problemática su situación organizacional, ya que las razones que impulsan a los participantes a desacreditar a miembros de su comunidad no tendrían que ver con lo estrictamente profesional y si dejarían mucho que desear acerca de su formación sociocultural básica, evidenciándolos como malos elementos colectivos de trabajo y como un potencial problema en la comunicación sana de la organización; no es muy difícil detectar a este tipo de personas, pues su principal afección y gusto es denotar esa misma actitud desprestigiante.

Lo verdaderamente importante, para el entorno y sus directivos, por encima del alcance y cumplimiento de sus procesos (que dicho también son impactados por las aseveraciones descalificadoras hacia un miembro) es frenar estos fenómenos al interior de su núcleo laboral, detectando con puntualidad (y sensibilizando) a quienes en un momento dado son los precursores de mitos, acusaciones o especulaciones sin fundamento.

Está claro que aun dentro de los entornos con más madurez, y en las categorías más encumbradas existen personalidades temerosas de la competencia, del reconocimiento ajeno, del éxito compartido; aun encontramos personas que no observan mas allá de su mundo particular y no permiten (por puro gusto) el crecimiento de sus congéneres, deseosos de una mejor posición ante la vida; esto como una de las máximas del ser humano “siendo humano” no debería de representar un aletargamiento para el país y sin embargo lo es, pues en el ir y venir de señalamientos y acusaciones estériles bien se podría utilizar ese tiempo en construir una mejor sociedad, sin bloqueos, sin ataques y con mucho valor civil…¿tu lo tienes?

¿…o a ti también te vale?

Por
Gerardo Morales


PROPIEDAD INTELECTUAL: TODOS LOS TEXTOS SON ORIGINALES DE CARLOS GERARDO MORALES OLIVERA

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